Magosto y Samaín

El pasado 31 de octubre vivimos algo mágico. Comenzaba a anochecer y la lumbre empezaba a destellar tímida y tardíamente. Hacía frío, pero estábamos aliviados porque la lluvia nos había dado tregua, y sin apenas darnos cuenta la plaza se fue llenando de niños y niñas, mayores, personas disfrazadas y con ganas de celebrar. Era la primera vez que hacíamos la fiesta del Magosto y el Samaín en la calle y la respuesta fue genial.
Primero una bruja dormilona nos contó el origen de esta fiesta pagana, Samaín, y cómo la cultura celta ofrecía culto a sus muertos con el fin de la cosecha. Comenzaba en esta fecha una nueva estación, la oscura, y había que celebrar la recolección y el fin de un año celta y el inicio de otro. Los espíritus venían a visitarnos y a disfrutar de nuestro calor y el del fuego, y las druidas se encargaban también de acompañar a las almas perdidas por su camino, espantando de paso a mouchos, coruxas, sapos e bruxas.
Y por eso fue tiempo también de escribir lo malo y deshacernos de ello, del pasado y presente, para dar espacio a lo bueno, liberándonos a través del fuego de los rastrojos emocionales que no nos dejan avanzar.
El grupo Ars Mundana tocó y puso la banda sonora a una tarde donde la cultura celta se hizo con este rincón de Hortaleza. Mientras, y con algo de espera, podíamos disfrutar de castañas asadas al calor de una hoguera, bizcochos de calabaza o bollos preñados entre otras, sin olvidar el riquísimo vino caliente que unas pocas pudieron catar porque no tardó en acabarse.
Por último, tuvimos la fortuna de presenciar la magia del conxuro y ver cómo ardía la queimada, “fuerzas del aire, tierra, mar y fuego, a vosotros hago esta llamada: si es verdad que tenéis más poder que la humana gente, aquí y ahora, haced que los espíritus de los amigos que están fuera, participen con nosotros de esta queimada”.
Como decíamos la celebración tuvo algo mágico y especial por el contenido, las druidas, los magos… Pero también por recuperar la calle y adueñarnos de ella, sin tenerle miedo al frío, ni al viento, ni a las almas. Por eso, con estos eventos, el objetivo principal es generar barrio, compartir momentos y disfrutar la vida, y en esta ocasión, también la muerte. La vida es esto y la vida es también cuidarnos con todo ello.
Porque al final lo fundamental es lo cercano, lo cotidiano, crear lazos y relaciones de amistad. Nos damos cuenta de que hay cosas que funcionan cuando vamos siendo más y todo sale con poco esfuerzo, con naturalidad, cuando la gente se presta a ayudar, a colaborar, a ser parte de algo más construyendo con el otro y la otra. Y el miércoles vimos esto, la disposición de la gente de ponerse detrás de la barra, de ofrecerse a pasar la tarde haciendo castañas, a cargar lo que hiciera falta para montar la fiesta y cuando acaba seguir ahí para recoger y ser parte.
Nos quedamos con una estupenda sensación y nos encanta pensar que entre todas somos capaces de poder crear nuestras propias tradiciones, aunque beban de orígenes celtas y se entremezclen con raíces también gallegas.
Porque todo hay que decirlo, y la comunidad gallega y hortalina siempre están ahí para responder.
El año que viene repetimos, esperemos que podamos ya decir “celebramos el Magosto y Samaín en la Plaza Josefa Arquero”, una mujer que pasó sus 108 años en esa placita saludando y haciendo barrio con sus vecin@s.